Algunos días, a Dominó le toca ir al médico por fisioterapia, y yo como su guardiana principal tengo que llevarlo. Antes solía leer mientras lo esperaba, pero últimamente decidí que debía comenzar a salir un poco más y perder el miedo a hacer cosas sola. Normalmente me da muchísima ansiedad ir a comprar un café por la mañana o comer en un lugar público. Hay muchas cosas que he querido hacer y que no he hecho por la ansiedad, así que estoy dando pasitos como un bebé que apenas aprende a caminar. Resulta que algunas de estas cosas se relacionan con los clichés que normalmente se le adjudican a los lectores apasionados, ¡y ahí fue donde surgió la idea de hacer esta entrada! Así que hoy les hablaré resumidamente de los clichés que me gusta vivir, los que genuinamente son parte de mí. No los vivo para cumplir con la imagen de bookworm ni para presumir; simplemente están allí.
1. Comer chocolate mientras leo. Bueno, este no sé si es un cliché precisamente, aunque lo vi en Corazón de Tinta de Cornelia Funke. A Mo le encanta el chocolate y cuando leí eso sentí que yo era Mo. Es más, a veces ni siquiera tiene que ser una barra de chocolate. Puede ser krankys, chocorroles, o unos deliciosos cheetos torciditos porque soy una glotona a muerte. Normalmente no hago esto porque la mayoría del tiempo leo en el autobús y ahí no hay demasiado espacio para ir comiendo, tampoco es que me haga mucha gracia consumir tanta azucar a las 7:00 de la mañana ha ha  ̄▽ ̄
2. Tomar café mientras leo. Si hay un cliché que he amado desde que comencé a leer, es este. Desafortunadamente vivo en un lugar en el que la mayoría del tiempo hace un calor del inframundo, así que no es muy cómodo estar bebiendo café a media tarde o noche cuando aun hay un bochorno de muerte y lees acostado en cama porque: 1) la sobrecama parece el suelo en llamas del inframundo, 2) ya estás chorreando sudor por el calor como para consumir más calor. Así que este cliché generalmente vive en mí solamente en época de lluvia y en invierno. En la oficina sí consumo café (dos tazas muy cargadas diarias) porque ya se me hizo costumbre y además, el café es vida. Estoy planeando ir a beber café a alguna cafetería y leer, aunque mis topes de ansiedad me lo han negado durante mucho tiempo creo que ya es hora de intentarlo. Quizá algún día les cuente la experiencia.
3. Leer en espacios públicos. Leo en el bus desde hace muchos años, pero comencé a hacerlo rutinario en Agosto del 2014 porque fue cuando comencé a trabajar y desde entonces, tardo más o menos unos 35 minutos en el transporte para ir, y la misma cantidad para regresar. En este cliché me refiero a otros espacios públicos: parques. Descubrí que no puedo leer bien en el parque del centro porque hay mucha gente, niños gritando, tiendas hablando por el micrófono y señoras que se sientan cerca de mí y no paran de regañar a los niños que gritan. Ayer, me tocó dar la vuelta con Dominó y descubrí otro parque pequeñito donde no hay ruidos mayores. Lo que ocasionalmente se escucha es el motor de los coches, algunos claxons y la música a tope de algún conductor. ¡Así que creo que ya encontré mi parque!
4. Siempre cargar con un libro aunque no lo lea. Dicen que los lectores siempre cargan con un libro en su mochila. Bueno, esto sí lo hago. No sé si habrá la necesidad de tomar un libro y sumergirse en un mundo diferente. Nunca sabes qué es lo que va a pasar, así que mejor prevenir que lamentar. Eso sí, a veces cargo libros y no los leo. Eso ocurre la mayor parte del tiempo (ya saben que me dan mis rachitas en las que no puedo leer ni un poquito).
5. Tener gatos. La felicidad es tener un buen libro y un gato. ¡Pues ...!
Vale, solo tengo ocho más dos comunitarios que realmente no son míos pero los quiero mucho y los alimento, así que digo que tengo diez. Por alguna extraña razón, me parece que los gatos se ven chulísimos por sí solos, pero con libros se vuelven los dueños del universo. El amor por los mininos ha sido tan grande que inspiró el desafío literigatos que hemos hecho desde hace varios años. Honestamente, yo no sé cómo pude vivir tantos años sin gozar de la compañía de un gatito.
Los gatos son como los libros.
Es un desperdicio de tiempo intentar explicar su valor a aquellos que no los aprecian.
Bueno, estos son los clichés que me gusta vivir. ¿Ustedes han pensado en qué clichés viven de forma natural? La verdad es que, cuando son parte de uno mismo, ni siquiera parecen clichés, ni por un poquito.
Me despido, preciosuras. Nos leemos la próxima semana.